Extraño regalo

Carta enviada a los miembros de Cierto Estudio en 2017, no publicado.

Extraño regalo

Cuando me enteré que habías escogido el nombre de “CIERTOESTUDIO” para vuestro despacho, se me apareció de repente la idea de que el juego de significados que esconde el término “cierto” era muy adecuado para definir la tarea de la arquitectura. Pero como todo pasatiempos, se me fue de la cabeza hasta que el otro día os encontré en este concierto (aunque no estoy seguro que el término sea adecuado para definir aquel conjunto de ruidos) no apto para epilépticos del Caixaforum. Puede que sea el efecto del ruido o la locura que acompaña toda buena resaca, pero hoy me he levantado con ganas de relataros porque la palabra “cierto” me parece tan clavada como nombre de un estudio de arquitectura. Tomadlo si queréis como un regalo extraño para celebrar la reciente fundación de vuestro despacho.

No sé si sabéis que la búsqueda de algo “cierto” marcó el principio de la edad moderna en términos filosóficos. A la afirmación “cogito ergo sum” se llegó porque una tarde de frío delante de su chimenea, el bueno de René, empezó a cavilar cómo encontrar un conocimiento del que se pudiera estar completamente seguro, del que no se pudiere dudar, del que se pudiera decir que era un certum [i], un conocimiento que tuviera la cualidad de la certitudo [ii]. Ésta búsqueda, le llevó a la conclusión de que lo único cierto, lo único de lo que no es posible dudar es que, en aquellos momentos, estaba pensando, y en tanto que pensaba existía. Y así fue como, una tarde comiendo castañas delante del fuego, un francés inauguró la modernidad filosófica, basada en la idea de que el sujeto es el centro de la realidad, es decir, que solo en nuestro pensamiento encontramos lo “cierto”.

A partir de ahí, grandes pensadores se comieron la cabeza buscando las características de la certitudo, y mientras tanto dieron cabida a la ciencia moderna, la caída del cristianismo, la fundación del estado de derecho y todas estas lindeces…

También en arquitectura la búsqueda de algo cierto ocupa un lugar privilegiado. Desde los manuales del estilismo historicista hasta los primeros manifiestos de la arquitectura moderna, se establecen una serie de normas que debería seguir la buena arquitectura, la verdadera arquitectura, en nuestras palabras, la arquitectura “cierta”: que si las columnas tienen que acabar con unas volutas, que sí los arcos deben ser de medio punto, que si el sistema domino…

De hecho, cualquiera que practique la osadía de empezar un proyecto chocará inevitablemente con la necesidad de encontrar algo “cierto”, es decir, de conseguir alguna(s) idea(s) valida(s) que nos permita determinar una forma primigenia a partir de la que, al agregarle otras “certezas”, consigamos desarrollar el edificio completo. Y es que para producir cualquier obra humana, necesitamos creer en que “estamos en lo cierto”, que pensamos en la buena dirección, que determinamos correctamente el camino a seguir.

Pero no todo es tan sencillo. No siempre se encuentra el camino correcto, en muchas ocasiones hay intricados desvíos y más que en un agradable sendero parece que estamos perdidos en un laberinto. Y así es como llegamos al segundo significado del término “cierto” que, en realidad, no es más que una explosión complementaria del primero.

En su breve texto “sobre la certeza”, el joven Ludwig defiende -contrariamente a René y a toda la filosofía moderna- que lo que resulta indubitable en nuestro pensamiento, lo que en nuestro foro interno se presenta como “cierto”, nunca constituirá un conocimiento fiable y verdadero. Ya se sabe que Ludwig era un tipo extraño y atormentado. No podía concebir que dentro de la subjetividad de su mente confusa se hallara el fundamento de verdad alguna. Y además: ¿no es obvio que de lo que se nos presenta como indudable no aporta conocimiento valioso alguno? Las evidencias no sirven para nada. Quiero decir, estar seguros, con total certeza, de que dos más dos son cuatro, o de que tengo dos manos y dos pies, no es algo relevante para generar una teoría interesante. Al contrario, solamente cuando demostramos que algo que podría ser o no ser cierto es verdadero, estamos aportando una idea productiva para construir obras humanas. El buen conocimiento aparece cuando somos capaces de solucionar un problema del que no estábamos completamente seguros. ¿Y cómo hacemos tal cosa?

Según Ludwig, lo conseguimos al contextualizar nuestras teorías, al contrastarlas y tratar de refutarlas, y no hurgando en las profundidades de nuestra mente. Únicamente llegaremos a resultaos valiosos mediante el debate y el estudio concreto de cada caso, estudiando las circunstancias que lo rodean.

Démonos cuenta que esta forma de concebir el conocimiento resulta muy diferente a la planteada por René. Ya no se trata de conseguir un verdad que sea incuestionable dentro de nuestra mente sino de explorar y contextualizar las cosas para saber si resultan fiables. Lo que debemos buscar no es lo cierto (en el sentido de lo indubitable), sino “cierta” verdad, “cierto” conocimiento.

Y también este significado del término cierto, es aplicable a la arquitectura ya que solamente desmontado lo que en nuestro fuero interno habíamos dado por verdadero y acercándonos a “cierto” saber aún por descubrir logramos montar un buen proyecto. Es dudando de nuestras propias convicciones, buscando “ciertas” formas que aún no han llegado, desmontando las supuestas verdades universales que nos legan los maestros, como se consigue la buena arquitectura. Para realizar ésta tarea es indispensable poner en común nuestros pensamientos, rehuir cualquiera pretensión de fundar la arquitectura en la soledad de nuestra mente,  contrastar las ideas con otras personas, ponerlas en relación con otras materias, pasar de reafirmarse en un principio “cierto” a buscar “cierto” principio.

Y así es como jugando entre los significados del término “cierto”, pasaréis las horas en vuestro estudio,  os divertiréis, os pelearéis a veces, dudaréis, encontraréis verdades, y luego las abandonaréis, y, en fin, haréis crecer vuestra increíble amistad.

 

Me voy a cenar que ya se ha ido el sol y llevo todo el día diciendo tonterías. A ver si nos vemos pronto…

 

 

[i] En latín “cierto”
[iI] En latín “certeza”