Por fin en casa

Texto escrito en 2016, no publicado.

Por fin en casa

Esta parece ser una buena solución, sí. Si cambio las escaleras de sitio entonces el pasillo es más pequeño y no pierdo tanto espacio. Aunque entonces la profundidad del edificio es muy poca. Mierda estoy jodido. Y si alargo las viviendas, igual… “Sí, sí señor Garrigosa ya le he dicho que trato de hacer lo que puedo aunque tiene que comprender que con la crisis el estudio va muy mal, …, le prometo que el próximo mes le pago todo lo que le debo, se lo juro”. Mierda estoy jodido. Y además lo que le debo a la secretaria, joder ¿Qué le paso a esto? A ver como funciona: No puedo abrir porque no puedo meter la llave en la cerradura puesto que hay un alambre que me lo impide. Si quito el alambre entonces podré poner la llave y abrir. Bueno, por fin en casa…

Reduzco la velocidad. Apreto el freno. Leve giro a la izquierda. Freno hasta que la moto se para. Bajo. Pongo el caballete. Camino hasta la puerta de la finca. Mierda el puto casero. Sin parar le hablo. Me dirijo rápido al ascensor. Abro la puerta del ascensor. Entro dentro. Salvado. Vuelvo a abrir la puerta. Salgo. Pongo la llave en el cerradura. No entra. A ver como funciona: No puedo abrir porque no puedo meter la llave en la cerradura puesto que hay un alambre que me lo impide. Si quito el alambre entonces podré poner la llave y abrir. Bueno, por fin en casa…

El día es caluroso. El ambiente es opresivo. La brisa me lo hace tolerable. Sentado sobre un asiento cómodo. Caminado es otra cosa, el sudor va ganando terreno. La camiseta se empapa. Los árboles propician sombra. Una vez dentro. Aire señorial y frío (mármol recubre las paredes). Rápido hay que huir. Sensación opresiva, claustrofobia en el ascensor. Atmósfera más humana, la madera me acoge.  Ostia no va. A ver como funciona: No puedo abrir porque no puedo meter la llave en la cerradura puesto que hay un alambre que me lo impide. Si quito el alambre entonces podré poner la llave y abrir. Bueno, por fin en casa…

“Es en el momento en el que se nos genera un problema, cuando nos paramos y estudiamos como es aquello que nos rodea, de lo contrario restamos absortos en nuestros quehaceres y cavilaciones.

Tres formas de explicar la experiencia que hoy he tenido en el corto tramo que me lleva desde mi moto hasta mi casa. Tres formas diferentes aunque complementarias, que constituyen explicaciones separadas pero que nos remiten a una única experiencia. En ellas hay varios rasgos comunes. Todas ellas hablan de lo que le ocurre a un sujeto, de lo que le pasa en el sentido de lo que hace: un flujo de acción que conduce de un momento a otro, y a otro, y a otro… hasta que la cerradura se estropea. En este punto todo se para. De repente, el sujeto abandona sus pensamientos y se vuelca por completo en arreglar la cerradura. Es en el momento en el que se nos genera un problema, cuando nos paramos y estudiamos como es aquello que nos rodea, de lo contrario restamos absortos en nuestros quehaceres y cavilaciones. En otras palabras, en mi vida cotidiana yo no percibo la cerradura de mi puerta como una cerradura metálica que funciona con un determinado juego de encajes sino que simplemente me limito a abrir la puerta girando la llave, sintiendo, día a día, su característico tacto metálico, recordándolo como una acción cotidiana más que me permite acceder a mi casa. Pero hoy, todo ha cambiado, la cerradura no funcionaba bien, y por eso ha ocurrido algo extraño, algo que no ocurre habitualmente: me he puesto a analizarla tratando de entender su funcionamiento, he logrado arreglar el mecanismo y entrar en casa. 

Nos damos cuenta pues, de una distinción fundamental en nuestra experiencia: una cosa es el flujo continuo de pensamientos y acciones que nos conducen, lo que podríamos llamar habitar, y otra muy distinta es la interrupción de este flujo que nos lleva a estudiar detenidamente los objetos que nos rodean, actitud que podemos llamar teorizar. Son dos formas distintas de relacionarnos con lo que nos sale al paso. 

El habitar es lo más cotidiano, lo más habitual. En él estamos como colmados por los pensamientos, sensaciones y emociones que nos asaltan. Nos sentimos constantemente ocupados por nuestros quehaceres. Es como si en cierto modo, cuidáramos de todo aquello que nos sale al paso recreándonos en las impresiones y cavilaciones que nos provoca. Cuando nos encontramos inmersos en él estamos saturados, permanentemente requeridos. El problema es que como el habitar es lo que habitualmente nos acontece, con frecuencia no le prestamos atención, ni nos fijamos en que principios lo rigen. Por eso nos cuesta tanto trabajo describirlo y debemos recurrir a distintos puntos de vista para tratar de captar su complejidad, como  he hecho en las tres narraciones con las que empieza este texto.

Por el contrario el teorizar es excepcional y nos permite analizar en qué consiste lo que nos rodea. En nuestro ejemplo nos revelaba como funcionaba una cerradura, o mejor dicho, qué impedía su normal funcionamiento. De hecho, el teorizar nos permite resolver todo tipo de problemas: desde arreglar la bombilla que se ha fundido hasta reflexionar sobre como podemos construir un techo a base de madera y barro para resguardarnos de la lluvia.

Dada esta distinción podríamos hacernos una pregunta: ¿en qué parte se encuentra la arquitectura? ¿Forma parte del habitar o del teorizar? Por un lado es evidente que la mayoría de personas no reflexionan nunca sobre arquitectura, nunca se han puesto a analizar un edificio, nunca han pensado en una distribución, ni en las proporciones de su cuarto de baño. Simplemente habitan. En este sentido la arquitectura formaría claramente parte del habitar. Por otro lado, para nosotros, los arquitectos, es fundamental la reflexión y el análisis de los objetos arquitectónicos para entender como funcionan, como operan. En este sentido la arquitectura, para los arquitectos, sería una actividad claramente teórica. Aunque, es una actividad teórica muy peculiar puesto que, si nos fijamos, está preocupada por cómo se va a habitar aquello que nos disponemos a construir. Es decir, cuando el arquitecto teoriza lo que hace es imaginar como se van a habitar aquellos elementos que va a construir. Dicho aún de otro modo, el arquitecto tiene un teorizar extraño que, digamos, esta enfocado a cuestionar como construir objetos para que el habitar de los hombres acontezca en condiciones correctas. 

Martin Heidegger en el interior de la cabaña

¿Qué significa exactamente esto de que el habitar acontezca en condiciones correctas? Cuando reflexionábamos sobre el habitar nos dábamos cuenta de que lo esencial en él es ese estar constantemente solicitado por pensamientos y emociones como si las cosas que nos van apareciendo nos exigieran que cuidáramos de ellas, que las tomáramos en consideración. Esto causa un cierto estrés en la conciencia humana a la que no se le concede ni un solo segundo de descanso. Aunque, si nos fiamos de la(s) experiencia(s) que he narrado al principio del artículo hay algo que causa un ligero alivio en nuestro habitar: el momento en que, por fin, llegamos a casa. 

En efecto, entrar en casa es como entrar en un territorio protegido donde aunque los pensamientos y sensaciones nos siguen persiguiendo, hay algo de tranquilizante. Una especie de refugio que, como el calor que una madre proporciona a su hija al tomarla en brazos, nos arropa, nos da cobijo, nos cuida. 

En casa se produce una cierta inversión dentro de la lógica del habitar: al fin nos encontramos con un objeto (la casa) que no requiere de nuestro cuidado y atención sino que nos cuida a nosotros. Mientras restamos fuera de casa todas las cosas que nos salen al encuentro nos perturban, nos requieren, nos ocupan. Estando en casa somos capaces de tomar una cierta distancia respecto a este mundo exterior que nos atosiga, tomar una perspectiva más general donde nuestros quehaceres pierden importancia y podemos pasar revista, tumbados en el sofá, a todo aquello que hemos hecho, dicho o pensado durante el día. 

Es en casa donde precisamente aquello en que se basa nuestro habitar se nos hace presente. Es como si, al estar nosotros cuidados (por la casa) nos diéramos cuenta de cuan involucrados y estresados estamos en el cuidado de los seres que nos rodean. No es que estando en casa toda preocupación desaparezca (solo algunos yoguis consiguen tener la mente en blanco en ciertos estados de meditación) pero al ser capaces de tomar cierta distancia,  los pensamientos y sensaciones que nos atosigan son vistos desde fuera (de modo casi inconsciente) como el proceso al que estamos destinados, y así logramos restarles importancia. Nuestra concentración se diluye y ya no estamos cruzando-el-vestíbulo-a-la-vez-que-nos-escaqueamos-del-casero-contandole-alguna-excusa sino que encontramos cierta paz en distanciarnos de este estresante periplo que constituye nuestra vida cotidiana. En casa, nos liberamos de la tiranía de nuestro habitar dándonos cuenta de ella. Habitamos auténticamente solo si nos damos cuenta de aquello que constituye nuestro habitar. Solo las construcciones capaces de posibilitar este habitar auténtico serán casas donde el habitar acontezca en condiciones correctas. 

En algo de todo esto estaría pensando el filosofo alemán Martin Heidegger cuando en su famosa conferencia Construir, habitar, pensar reflexiona sobre la relación entre el construir y el habitar mostrándonos que el construir auténtico es aquél que se identifica con el habitar en el sentido de que logra construir edificios (casas) capaces de cuidar al hombre. Dice “construir es propiamente habitar. El rasgo fundamental del habitar es este cuidar (mirar por). Construir en el sentido de abrigar y cuidar no es ningún producir. Solo si somos capaces de habitar podemos construir”. Y añade que como el habitar es lo cotidiano, lo habitual, tendemos a no prestarle atención, ocurriendo que “el sentido propio del construir, a saber, el habitar, cae en el olvido”.

1951, cuando Heidegger dicta esta conferencia ante un público formado básicamente por arquitectos, es un momento en el que, para solucionar la escasez de vivienda producida por la guerra, el establishment político y arquitectónico están promocionando grandes polígonos de vivienda basados en los principios del movimiento moderno ¿Qué es lo que preocupa a Heidegger? Que se construían viviendas en las que no sea posible habitar auténticamente, viviendas en las que el hombre no encuentra el cuidado que necesita. Cuando se olvida el habitar se puede caer en el error de proyectar ciudades supermasificadas donde la contaminación ambiental y el estrés  traspasan el umbral de la vivienda impidiendo el descanso. Se pueden pensar grandes polígonos que no atiendan al cuidado sino a cuestiones meramente económicas: en vez de pensar como la gente va a habitar se discute sobre cómo ahorrar costes en el proceso de construcción para ganar la máxima cantidad de dinero, y así, el sentido propio del construir cae en el olvido. ¿Pero cuales son las características que, según el filósofo alemán, debería tener una casa para posibilitar un habitar auténtico?

Heidegger nos invita a analizar la cabaña en la que él vivió durante muchos años: “pensemos por un momento en una casa de campo en la selva negra que un habitar todavía rural construyó hace 2 siglos (…). Ha emplazado la casa en la ladera de la montaña que está a resguardo del viento, entre las praderas, en la cercanía de la fuente. Le ha dejado el tejado de tejas de gran alero que con la inclinación adecuada, sostiene el peso de la nieve y, llegando hasta muy abajo, protege las habitaciones contra las tormentas de las largas noches de invierno. No ha olvidado el rincón para la imagen de nuestro señor detrás de la mesa comunitaria; ha habilitado en la habitación los lugares para el nacimiento y el “árbol de la muerte”, que es como se llama allí al ataúd; y así, bajo el tejado, a las distintas etapas de la vida les ha marcado de antemano la impronta de su paso por el tiempo. Un oficio que ha surgido él mismo del habitar, que necesita además sus instrumentos y andamios en cuanto a cosas, ha construido la casa de campo.”

Adam Sharr  – Maqueta de la Cabaña de Heidegger en la Selva Negra

Sin duda el rasgo fundamental de la casa heideggeriana será la diferenciación entre interior y exterior, y más concretamente entre lo público y lo privado. Es básico, como hemos visto, que al entrar en casa uno se sienta liberado de la nerviosa vida pública exterior, solo así la casa será capaz de cuidar al hombre promoviendo un habitar auténtico. Así pues, lo más importante de la casa será su perímetro: la piel que la rodee habrá de ser lo suficientemente contundente para aislarla de las amenazas exteriores. El punto crítico será la puerta de entrada, acceso al ámbito propio de la casa y que deberá proporcionar una experiencia a la altura del tránsito que se va a realizar. Una puerta gruesa, pesada, con la suficiente presencia como para alertarnos que vamos a traspasar al sagrado territorio de lo privado. 

Esta concepción está a las antípodas del modelo de la casa Farnsworth de Mies que busca una disolución de las fronteras de la casa pretendiendo una fusión con la naturaleza. Para Heidegger, la naturaleza (y en particular la pseudonaturaleza que es la ciudad) representa lo desconocido, lo amenazante y por lo tanto en ningún caso puede ser incorporada en el territorio doméstico. En este sentido el filósofo alemán desprecia la clásica concepción de la arquitectura moderna (y de la modernidad en general) que concibe la naturaleza como algo dominable, como algo que se puede controlar y moldear al gusto de los humanos. “Los mortales habitan en la medida que salvan la tierra (…): Salvar la tierra es más que explotarla o incluso estragarla.” 

Esto implica un rechazo de plano a toda arquitectura incapaz de escuchar las fuerzas naturales. Anticipándose a los modernos movimientos ecologistas de la actualidad, Heidegger hace un llamamiento a no considerar la naturaleza desde el punto de vista de la explotación. Hace falta una arquitectura sostenible energéticamente, tanto en sus procesos constructivos como en los requerimientos energéticos de las propias viviendas. Pero no se trata de buscar una forma más óptima de explotar la naturaleza (lo que parecen defender muchos de loa actuales discursos sobre la sostenibilidad) sino plantear la construcción desde el respeto al propio proceder natural. Una arquitectura atenta a la naturaleza que lejos de tratar de hacerle competencia reconozca la misteriosa superioridad que emana de ella. 

El interior de la casa heideggeriana será, como hemos visto, el terreno de lo privado. Por lo tanto, se nos hace difícil pensar en la gradación típicamente burguesa de un espacio íntimo frente a un espacio con un carácter más público o social. La radicalidad de la distinción público-privado que introduce Heidegger nos hace pensar el interior de la casa como unidad indivisible. Será una casa volcada hacia dentro, organizada entorno a una estancia central -que contendrá su correspondiente hogar, lugar para la reunión familiar, alrededor del cual se colocaran distintas células elementales. Será una casa pequeña, adaptada al habitar humano, alejada de cualquier pomposidad pretenciosa. En casa no nos hace falta figurar como lo hacemos en la vida pública, no representamos nada sino que nos encontramos a nosotros mismos, habitando auténticamente. En esta línea, el mobiliario será discreto, ajustado a la pura funcionalidad que requiere el habitar, para impedir que nos distraigamos con decoraciones excesivas.

“Esto implica un rechazo de plano a toda arquitectura incapaz de escuchar las fuerzas naturales. Anticipándose a los modernos movimientos ecologistas de la actualidad, Heidegger hace un llamamiento a no considerar la naturaleza desde el punto de vista de la explotación.”

Además, se evitará cualquier intromisión de avances técnicos que pudieren perturbar la paz interior. El discurso contra la técnica moderna será una de las principales tesis del pensamiento heideggeriano. El rechazo a considerar la naturaleza desde el punto de vista de la explotación saldrá precisamente de su desprecio a la sociedad técnica actual. Para Heidegger, lo nocivo de la técnica moderna es que, al contrario de la técnica griega, no escucha la naturaleza sino que la provoca para que le entregue la energía que requieren sus equipos para funcionar. La técnica actual se impone al orden natural, somete a la naturaleza a un orden prefijado que la aparta de su ritmo. Y eso, claro está, tiene una importancia capital en nuestro habitar: la forma en que nosotros nos relacionaremos con los objetos técnicos actuales será violenta en el sentido que les exigiremos que nos sirvan de forma inmediata, no según los ritmos pausados de lo natural sino según el tiempo acelerado de nuestras sociedades contemporáneas. Pensemos, a modo de ejemplo, la indignación que nos embaraga cuando nuestra impresora no funciona. No aceptamos que los objetos nos fallen, les exigimos respuestas óptimas en lapsus de tiempo rapidísimos. Así pues vemos como, otra vez en virtud de la paz interior, Heidegger propone una casa sin objetos técnicos, o al menos, una casa en la que estos no jueguen un papel relevante.

De entre todos los artilugios técnicos los que causan una mayor perturbación al filósofo alemán son aquellos relacionados con la comunicación. Me gustaría ver la cara que pondría Heidegger al descubrir como los casas actuales han sido textualmente tomadas por todo tipo de mecansimos que nos aseguran una comunicación con el exterior. Internet, teléfono, televisión, como si no tuvieramos suficiente información en nuestra vida pública, nos rodeamos también en casa de todo tipo de aparatos que nos atosigan con sus notícias, sus “tiene un mensaje nuevo en su correo hotmail” y las inoportunas llamadas para decirte que mañana tienes que estar a las 7 en la oficina. Realmente, si Heidegger se levantara alucinaría en lo poco que queda de su ideal de casa como espacio privado que nos protege de las intrusiones del mundo exterior.

La reflexión heideggeriana ha sido, directa o indirectamente, muy influyente en el panorama arquitectónico desde finales de los sesenta hasta fechas recientes dando lugar a una crítica profunda de los principios más ortodoxos de la arquietcura moderna. Con todo, lo que Heidegger nos plantea es que la casa sea un lugar que nos cuide, un lugar que nos proteja del barullo exterior, un lugar lleno de memorias de paz y felicidad, un lugar que nos remita al pasado en cuanto a espacio de estabilidad y tranquilidad, un lugar en el que podamos decir: por fin en casa. 

Martin Heidegger a la puerta de su cabaña
Fotografías
Portada.- Desconocido ‘Vista de la Cabaña de Martin Heidegger en la Selva Negra’
1.- Digne Meller-Marcovicz. – ‘Martin Heidegger en el interior de la cabaña’
2.- Adam Sharr ‘Maqueta de la Cabaña de Heidegger en la Selva Negra’
3.- Digne Meller-Marcovicz. – ‘Martin Heidegger a la puerta de su cabaña’